Por: Marcos H. ValerioImagina que estás en un café de Santiago, de Chile, con el ruido de las tazas y el aroma a café recién molido. Frente a ti, Fausto Muciño Durán, el autor de Ciberpolítica: el poder de las redes sociales (2023), se acomoda las gafas y empieza a hablar como si contara una historia de barrio.
“Mira, hace diez años las redes eran el patio trasero de la política; hoy son el estadio principal”, dice, y de inmediato te das cuenta de que no exagera.
En América Latina, donde siete de cada diez personas se informan por pantallas, las elecciones ya no se ganan en plazas, sino en algoritmos.
CHILE: DEL ESTALLIDO A LA VIRALIDAD
Hablamos primero de Chile, que el 16 de noviembre votará presidente —y quizás el 14 de diciembre en segunda vuelta—. Muciño recuerda el plebiscito de 2023:
“El 60% del contenido que explotó en TikTok y X era puro humo emocional o directamente falso”, cuenta, citando al Observatorio de Comunicación Digital de la Católica. Hoy, con Boric por encima del 50% de desaprobación según Cadem, los candidatos saben que la confianza no se recupera con discursos largos, sino con clips de 15 segundos.
José Antonio Kast, por ejemplo, sube videos donde aparece con bandera y casco, hablando de “delincuencia cero”. “Es la receta de la nueva derecha global:
Miedo + patriotismo = viral”, resume Fausto. Evelyn Matthei, en cambio, apuesta por Facebook y X con mensajes de orden para los mayores de 40: “Control migratorio, disciplina fiscal, cero drama”.
Y Jeannette Jara defiende el legado oficialista con tono de profesora: logros, estabilidad, futuro. “Los jóvenes no leen programas; ven un reel y deciden”, suspira Muciño.
El riesgo, dice, es que la polarización se vuelva adictiva: “La democracia es un ser vivo de millones de cabezas; hay que ganarla día a día, no solo cada cuatro años”.
HONDURAS: REMESAS, WHATSAPP Y EL VOTO DESDE MIAMI
Saltamos a Honduras, que el 30 de noviembre elegirá todo: presidente, Congreso, alcaldías.
Aquí las redes son transnacionales. “Un millón de hondureños en Estados Unidos no votan, pero sí comentan, comparten y mandan remesas que son el 25% del PIB”, explica Fausto.
Rixi Moncada, delfín de Xiomara Castro, insiste en anticorrupción, aunque le llueven críticas por la cercanía con China. Nasry Asfura responde con “mano dura” en cadenas de WhatsApp que corren como reguero de pólvora.
Y Salvador Nasralla, el showman, hace lives en TikTok donde baila, bromea y promete: “Los urbanos de 20 a 30 lo siguen como si fuera un influencer”.
El CELAP dice que el 68% se informa por Facebook y WhatsApp. “En 2021 eso llevó a Xiomara al poder con mensajes de esperanza; en 2025 la saturación puede premiar al que grite más fuerte o al que mienta mejor”, advierte Muciño.
ALGORITMO NO VOTA, PERO DECIDE
Fausto se inclina hacia adelante: “Las plataformas premian la emoción, no la verdad. Un video de ira viaja más rápido que un programa de gobierno”. En México, Claudia Sheinbaum promedió 15 millones de interacciones semanales; en Argentina, Milei convirtió frases de tres palabras en himnos; en Ecuador, Noboa ganó con stories. “El candidato ya no necesita televisión; necesita un ‘me gusta’ que se multiplique solo”.
LADO OSCURO Y EL ANTÍDOTO
No todo es euforia. Deepfakes, bots, injerencias: “La OEA y la ONU piden alfabetización digital urgente y observatorios que vigilen en tiempo real”, dice. En países con instituciones débiles, regular la conversación es tan vital como contar los votos.
CIERRE, CON CAFÉ FRÍO
Fausto termina la taza y sonríe: “El poder ya no está en quien grita más fuerte, sino en quien se vuelve viral”. Cita a Esteban Fernández: “La tecnología borró fronteras”. Y remata: “El voto del futuro será la suma de millones de clics, shares y emojis. La democracia del siglo XXI se escribe en minúsculas y se lee en pantallas”.
Salimos del café. Afuera, un joven graba un TikTok con la bandera chilena. Muciño lo mira y asiente: la campaña ya empezó.
        
        
        
        
        
        